Por Salvatore Elefante, jefe del área de fotografía, y Luca Pagliari, director del Máster en Fotografía Documental de Autor.

Retratar es una operación compleja en la cual intervienen múltiples factores. Entre ellos: la representación, la apariencia, la identidad, la subjetividad, la “otredad”, los cánones, el cuerpo, los artefactos culturales…

De la confluencia de distintas consideraciones sobre estos elementos, surge nuestra propuesta de observar el “objeto retrato” no como una entidad autónoma y aislada, sino como un indicio, un expediente de investigación sobre un proceso – la práctica de retratar – que se expande en el espacio, el tiempo y las ideas mucho más allá del momento y el lugar en el que se materializa la obra que lo encarna.

Entendemos este proceso como un entorno discursivo y dialógico, en el que se lidia con las intenciones, las formas, las funciones, los usos, los códigos, la percepción, y todos los demás factores implicados en la práctica del retratar, así como con aquellos propios de los medios utilizados.

Desde esta perspectiva, pensar o plasmar un retrato es casi siempre una operación interdisciplinaria, tanto en el sentido del acercamiento teórico como de su realización material, que involucra los numerosos contextos en los que el retrato se inscribe.

El retrato es uno de los géneros más explotados y ubicuos de toda la práctica fotográfica. Lo encontramos en campos tan distintos como la moda, el beauty, el arte, los encargos oficiales, la publicidad, los documentos, y muchos más. Por supuesto, podríamos discutir de qué es o no es un retrato, cuándo, a qué condiciones y por qué, en función de un sinfín de elementos y variables de naturaleza heterogénea. Sin embargo, este no es el tema que queremos afrontar hoy, y dejamos este análisis para otra ocasión.

Resulta claro que el paisaje histórico, político y tecnológico del retrato fotográfico es un territorio insondable, un universo inabarcable de potencialidades, limitaciones, expectativas, estereotipos y demagogias. A las problemáticas propias del ámbito de la representación de la “figura” humana, se suman las idiosincrasias típicas de la fotografía: su carácter de “huella de lo real”, su ser un recorte en el continuum temporal, su equívoca relación con la “verdad”, su paradójica indeterminación y polisemia, solo por recordar las más conocidas y discutidas.

En este panorama, creemos que cualquier ensayo puede ser tan solo una frase, un pensamiento, una reflexión; y su tono no puede que ser interrogativo. Es desde esta conciencia que escribimos: lo que ofrecemos aquí es una invitación a la discusión sobre los procesos, significados y efectos que se originan cuando la práctica fotográfica se encuentra con el retrato, y viceversa.

Una de nuestras tesis de fondo es que el retrato fotográfico, por ser retrato y por ser fotográfico, incorpora una “zona de resistencia”. Quizá sea por la inevitable interacción (diríamos más bien negociación) que marca cualquier relación entre personas; quizá por los atributos de la fotografía en cuanto “emanación indicial” de una cierta “realidad”; quizá porque la representación fotográfica de un individuo interpela directamente a los demás individuos tan solo por reconocer una parte de si – la humanidad – en la imagen del otro, generando a cada vez una nueva transacción de sentidos.

Utilizamos aquí el concepto de “resistencia” acorde a un amplio abanico de interpretaciones. En primer lugar, el término se emplea en su acepción mecánica. Así como ocurre cuando dos cuerpos se rozan, o cuando un objeto pasa a través de un medio físico, en la esfera que contiene y rodea el retrato, mediante los procesos implicados en su producción y fruición, se genera cierto “calor”. Ahí, en el encuentro del uno con lo “otro”, del/a “retratante” con el/la “retratad@”, e incluso de la representación con el/la “observador@”, en el momento de su contacto con la obra acabada, este calor adquiere no solo intensidades, sino cualidades específicas. Ahí, el discurso no solo es posible, sino necesario y bienvenido.

Sin embargo, la palabra “resistencia” conlleva también connotaciones asociadas al cuestionamiento y la reivindicación. Y es también acorde a esta acepción que la aplicamos en nuestra práctica. Bien sea como autores o curators, tendemos a privilegiar, escoger, presentar, difundir, e incluso crear una obra que implica cierta posición crítica: que surge de la disconformidad, que provoca dudas, que genera debate, que pone en tela de juicio componentes o aspectos de la sociedad contemporánea – pero que al mismo tiempo se cuestiona a si misma, como un elemento más, directamente involucrado, en relación de interdependencia y co-responsabilidad del estado del mundo actual.

Artistas y comisarios asumen siempre, inevitablemente, en calidad de sujetos, una posición personal. Al mismo tiempo, desde el lugar de visibilidad privilegiada de la que gozan en el sistema de representación y difusión, fungen como modelos, como referentes – en definitiva, como voces colectivas. Es aquí que el desafío – más o menos radical – de situaciones, condiciones, cánones, normas y valores adquiere todo su sentido y cobra toda su importancia.

Entre todos los campos fotográficos existentes, la práctica del retrato es único. Ante el desafío antes mencionado, se redobla su intensidad y se juega en dos niveles: no solo opone una resistencia sobre su discutible status quo, sino que genera otra resistencia interna, en cuanto proceso interpersonal.

Es en este marco, en esta dualidad superpuesta, en esta articulación de resistencias, que queremos proponer de reinterpretar el concepto de retrato bajo nuevas luces dialógicas.

Así, concebimos el retrato material – el “objeto-retrato” – como el resultado y a su vez el catalizador de una serie de reacciones, de las cuales puede entenderse al mismo tiempo como un testimonio o un enigma; un relicto, o un faro; y concebimos el espacio de estas reacciones no como un lugar de imposición o enfrentamiento, con ganadores/as y perdedores/as, sino como un ecosistema sinérgico de creación de nuevos significados, cuyas dinámicas, irreversibles, son de síntesis y desplazamiento.

Entre los numerosos trabajos de artistas con l@s que hemos tenido el placer y el privilegio de colaborar en cuanto curators, proponemos aquí, como ejemplo de nuestras posiciones y de las consideraciones que hemos venido bosquejando, la serie Workers Are Taking Photographs de Farideh Sakhaeifar. Realizadas en los suburbios industriales de Teherán entre 2007 y 2008, estas imágenes nos invitan a una serie de reflexiones sobre los procesos decisionales y de creación y las modalidades de representación del retrato fotográfico, así como sobre las relaciones de poder, no solo entre retratantes y retratad@s, sino también entre clases sociales y géneros en la sociedad iraní contemporánea.

¿Quién retrata a quién y qué? ¿Cómo? ¿Con qué derecho y con qué intención? ¿En qué medida el retrato logra sus objetivos y cumple con las expectativas de los diferentes sujetos que participan de su existencia?

Creemos que las respuestas a estos interrogantes – que no son privativas de este trabajo, sino que se extienden y aplican a cualquier retrato fotográfico – son tan numerosas como los casos que derivan de la multiplicación de los factores en juego. Lo importante, en nuestra opinión, no es contestar, sino ponerse – en cada ocasión, y con conciencia – las preguntas necesarias y más adecuadas.